Lo menos importante en esta historia es mi nombre, aun siendo la protagonista. Represento a una parte de la sociedad que sufre y en la mayoría de los casos no encuentra el camino para dejar de hacerlo, utilizando el alcohol como anestesia. Empezaré contando que he pertenecido a varios consejos de administración en mis propias empresas. En la primera, a la edad de veintiséis años, una agencia de publicidad con más de diez empleados y la segunda en la industria pesquera, llegando a gestionar otros negocios a la vez con fluidez y resolución. Nada hacía prever que siendo una mujer de éxito que bebía de una manera muy social, sin extralimitarme con el alcohol en la ma-yoría de mis salidas, con el paso de los años, un infierno lleno de sombras iba a asediarme, apoderándose de mi voluntad y haciendo que mi vida fuera una trama llena de culpables y miedos incontrolables, provocando en mí iras que solo buscaban ser saciadas con el alcohol. Mi familia, en su afán de rescatarme de esa espiral de perdición cuyos tres finales son la muerte, el psiquiátrico y la cárcel, buscó des-esperadamente por internet un lugar donde