Azorín, junto a sus compañeros de generación, contribuyó a una decidida y audaz renovación de los cánones decimonónicos, experimentando con los constituyentes novelescos fundamentales. Indagó todos los modos narrativos y participó del cuestionamiento del punto de vista, en busca de nuevas perspectivas con las que reflejar el cambio antropológico característico de finales del siglo XIX. También ensayó todos los modos renovadores del tiempo propios del Modernismo. En concreto fue uno de los novelistas que mejor plasmó la técnica del timlessness, reduciendo la trama a meras anécdotas y consiguiendo así la suspensión del tiempo narrativo. Además, concedió al espacio una funcionalidad y una simbología hondamente innovadoras.
A su vez, procuró un primoroso esmero y cuidado de su prosa, dando lugar a un reconocible y personal estilo. Asimismo, reflexionó sobre los límites de la ficción y de la creación literaria a través de variados recursos metaficcionales. En línea con la modernidad, sus novelas pueden considerarse auténticas novelas autobiográficas. Por todo ello, trasgredió con maestría los límites de los géneros literarios: de la novela con el ensayo, la autobiografía y, especialmente, con la poesía. De hecho, su narrativa se adscribe con rigor al subgénero de la novela lírica, intensa y agudamente renovador.