En La vuelta al día en ochenta mundos (1967) Julio Cortázar propone desde el título, una visión distinta de la conocida. Ese es el sentido de la inversión del título de la obra clásica de Julio Verne. A partir de ahí arrancan los efectos de "improvisación" y disgresión repartidos a lo largo de los "ochenta mundos": "A mi tocayo le debo el título de este libro y a Lester Young la libertad de alterarlo sin ofender la saga de "Phileas Fogg". Julio Verne y el jazz se conjugan y dialogan en la escritura intersticial de Cortázar y sus mundos.
El libro muestra la formación universal del autor y puede considerarse como su enciclopedia personal en donde se incluyen sus reflexiones sobre la literatura, el mundo, su posición política, su creación poética, sus lecturas y autores preferidos, sus descubrimientos por analogías, su sentido del humor. Un inventario tan variado que gira permanentemente en torno de sus preocupaciones fundamentales.