La vida de Raymond Thornton Chandler (1888-1959) bien puede rivalizar con sus ficciones. Nacido en Chicago, de sangre irlandesa, educado en una escuela pública británica, participó heroicamente en la Gran Guerra y desempeñó oficios tan dispares como empleado de banca, periodista, dependiente de una mantequería y alto ejecutivo de una compañía de petróleo, antes de convertirse en novelista de éxito. Maestro de un género como el policíaco, atrapado en el lugar común de la evasión, hay en su serie narrativa del detective Marlowe demasiadas señales que le hacen merecedor de ocupar un lugar en la literatura en sentido estricto.
«El largo adiós» fue recibido de forma entusiasta por los medios desde su publicación, primero en Inglaterra en 1953 y al año siguiente en Norteamérica. Junto a los habituales tics satíricos y cínicos del inconfundible detective Marlowe, en los que le reconocemos como el sujeto, el héroe moral y físico al que estamos habituados, Chandler le somete a una jugada inesperada que le metaboliza en objeto, en víctima, en su búsqueda irrenunciable al descubrimiento de la verdad. En el fresco social de triunfadores y marginales, de víctimas y corruptos, Marlowe, y el lector que le acompañe, siempre encontrará un momento para disfrutar de un café recién hecho o de un «gimlet», del calor húmedo de los bulevares, de la silueta de las colinas...